¿Sobre qué escribo en esta web? Libros, viajes, emprendimiento,
política, fútbol... y sobre todo aquello que me apetece compartir contigo.
Xavi Molins
Barcelona, 1975
Escritor, viajero y emprendedor
La primera decisión importante de mi vida no pudo ser más errónea. A los 14 años, decidí que iba a estudiar relojería. Ni siquiera tengo el consuelo de poder echarle la culpa a mis padres, ya que ellos no me obligaron precisamente a que siguiera con la tradición familiar.
Estudiar se me reveló en aquella época como una pérdida de tiempo. Quizás a tan temprana edad ya empecé a darme cuenta de que me aborrecía seguir las pautas de un sistema que fabrica individuos en serie a costa de ahogar en cada adolescente la espontaneidad que lleva dentro.
Al cabo de poco más de 2 años, conseguí salir de este engranaje y abandoné mis estudios alegando falta de motivación.
Sí, es cierto. Actualmente no tengo ni un triste diploma que colgar en mi pared que certifique algún mérito. Paralelamente, no he dejado pasar nunca la oportunidad de aprender todo cuanto la vida me ha querido enseñar, así que me atrevo a decir que, de alguna manera, no estoy falto de títulos. ¡Allá van mis credenciales!!!
Por ser conocedor de mi propia trayectoria, doy fe de que soy Licenciado en Inconformismo y Doctorado en Filosofía Urbana. Cuento, entre otros, con un Post Grado en Desengaños Sociales y un Master en Causas Perdidas. Dichos reconocimientos me han servido para ser nombrado Presidente de Honor de la Asociación 'Un Mundo Peor', que da cabida a todos aquellos que piensan que este planeta se va al garete porque la gente que puede cambiarlo vive medianamente bien y no pierde el tiempo soñando una realidad diferente.
Lo cierto es que a los 17 años, y padeciendo ya la crueldad de una existencia sin certificados, no encontré mejores empleos que los de encuestador, vendedor de seguros que no tenían ni sede social o mozo de almacén en una perfumería de barrio.
El caso es que en el entorno laboral tampoco conseguí sentirme demasiado a gusto.
Por aquel entonces el Ejército se acordó de mí y su llamada a filas representó a mis 18 años la oportunidad de 'independizarme' e irme a vivir a Zaragoza. La vida militar me sirvió para conocerme a mí mismo, y fue en aquellos días que se empezó a gestar en mi interior la persona que hoy en día soy.
Como no quise aceptar el mecanismo infame de un ejército en que prevalecían leyes cavernícolas basadas en estúpidas jerarquías, fui arrestado un total de 136 días. Muchos no entendían que prefiriera ser arrestado antes que bajar la cabeza, y yo nunca entendí a aquellos que sacrificaban su dignidad si ello les servía para gozar de una libertad ficticia.
Por acumulación de arrestos y por ser un mal ejemplo de cómo respetarse uno mismo, decidieron que lo mejor que podían hacer conmigo era encerrarme en un Centro Disciplinario Militar. Allí pasé un mes entero encerrado entre cuatro paredes. Invertí mi tiempo escuchando a Joaquín Sabina y pasé largas horas escribiendo cartas de amor que nunca dieron resultado
Volví a Barcelona. En pocos días me di cuenta de que no sabía qué quería hacer con mi vida. Afortunadamente, sabía lo que no quería. Eso, a esas alturas, ya era mucho. Conozco a gente que sobrepasa los 40 y por seguir el recto camino de una vida prefabricada todavía no han tenido tiempo de darse cuenta de que están viviendo una vida que no quieren.
Decidí que quería ser libre e independiente, así que planeé irme a vivir a cualquier ciudad española. Bilbao... sí, Bilbao estaba bien. No sé por qué me decidí por esta ciudad en concreto. Necesitaba ahorrar un poco de dinero, así que trabajé un tiempo como soldador de montajes eléctricos.
Pero el destino me estaba reservando un cambio de planes, y fue así como un trágico suceso me hizo recordar aquella frase de John Lennon que dice que 'la vida es todo aquello que te sucede mientras estás ocupado planificando el futuro'.
La nueva situación me convirtió en una persona temerosa y triste que apenas se acordaba de sus no tan lejanas ganas de vivir aventuras. Encadené empleo tras otro; mensajero, peón de fábrica, guillotinista, maquinista de artes gráficas... Los días pasaban por inercia y la vida era una colección de sucesos triviales y situaciones banales.
Finalmente encontré un montón de excusas para dar un importante paso, el de irme a trabajar de fregaplatos a Inglaterra durante cuatro meses. La fina lluvia diaria de Coventry amenizó aquella agradable aventura, de la que volví con una maleta llena de recuerdos y el corazón roto por una inglesa de dudosa credibilidad y de excesivo mal gusto vistiendo.
El tiempo curó las heridas, pero también el tiempo trajo otras... y volvió a curarlas... y así hasta que acabé comprendiendo que la gracia de esta vida consiste en arriesgarse a que te sucedan cosas.
Así pues, de nuevo cogí la mochila y me aventuré a conocer mundo. Esta vez consistió en un par de meses entre Senegal y Gambia colaborando con una ONG. Allí descubrí demasiadas cosas en muy poco tiempo, pero ante todo conocí un mundo que no me gustaba y del que no quería formar parte. Quien bien me conoce, sabe que aquella experiencia cambió mi vida y que desde aquellos días habita en mí el deseo de hacer cualquier cosa que haga que este mundo sea un poco menos insolente.
De regreso a Barcelona, volví a tener varios empleos. Impresor, camarero, vendedor de petardos, dependiente en la joyería de mi padre... Curiosamente me entraron las ganas de estudiar que en su día no había tenido. Hice varios cursos... pero no tardé en marchar de nuevo, así que casi sin darme cuenta me había ido a Reims, Francia, a trabajar como ayudante de cocina.
Pero al cabo de unas pocas semanas, algo me hizo volver. Quizás ya era demasiado mayor como para no tener un oficio, así que de regreso a Barcelona encadené una serie de cursos intensivos que me permitieron trabajar como diseñador gráfico en un diario deportivo y más tarde en una editorial.
Y cuando la vida empezó a parecerme rutinaria y previsible, mi camino se cruzó con el de Carme, la compañera perfecta con la que dar la vuelta al mundo.
De aquel año viajando por este desconcertante planeta, nació otro de mis sueños, el de escribir un libro. También, y siempre con Carme, funde la ONG BPM, que si bien no arregla el mundo, sirve para que los socios organicemos reuniones donde abundan el café y las pizzas congeladas.
Sería injusto no decir nada de los logros que entre todos hemos conseguido en nuestro proyectos, pero de alguna manera creo que no es correcto que sea yo el que lo diga.
Paralelamente, y al volver de nuestro viaje de un año, sentí que me había acostumbrado demasiado a la libertad de no tener a quien obedecer. Después de trabajar apenas tres semanas en un centro de reprografía, monté mi propio negocio de páginas web, que después de mucho esfuerzo al final resultó que era rentable y todo.
La vida fue sucediendo de forma gradual, sin grandes sobresaltos.
Con el paso de los días, la monotonía acabó convirtiéndolo todo en un manojo de vulgaridades dignas de no ser mencionadas.
Y aunque es fácil insertarse en una sociedad donde prima el bienestar, el día siempre traía consigo recuerdos de otras épocas, donde dentro de una mochila había lo necesario para vivir. Y lo que era un molesto picor sin importancia, acabó convirtiéndose en un dolor imposible de obviar.
Aquel día Carme llegó a casa cansada de trabajar.
- Tenemos que hablar- le dije.
Pero en sus ojos se adivinaba que ella ya hacía tiempo que estaba en la misma situación que yo.
- No hace falta que continúes -me contestó. La respuesta es sí.
Después de aquella segunda vuelta al mundo, ya nadie podía hacernos creer que había algo mejor que vagabundear por el planeta con apenas 10 kilos en la espalda. Vino un viaje de 4 meses a India y Nepal, otro a Egipto de dos meses... pero entonces una complicada enfermedad vascular, que finalmente pude vencer, me dio la oportunidad de recibir del azar una bocanada de aire fresco que cambió mi existencia por completo. Conseguí ajustar las velas de mi vida, y ya nada ni nadie pudo evitar que me dispusiera a disfrutar del placer de estar vivo a cada momento.
Junto con Carme, más unidos que nunca, emprendimos nuestra tercera vuelta al mundo, sin duda alguna el viaje más emotivo, espiritual y apasionante de toda mi vida.
Desde entonces, vivo viajando y escribiendo. Y me siento muy afortunado porque sé que poder vivir la vida que uno quiere es un lujo que no todo el mundo puede (o quiere) permitirse.
Cada vez tengo más motivos para no dejar de viajar. El más importante, enseñarle a Àsia, mi hija, el hermoso mundo en el que habitamos.
También ella me da motivos para no dejar de escribir. Porque dicen que tener un hijo te hace ser mejor persona. En mi caso, además, me ha hecho ser mejor escritor.